¿Cómo puedo sacar fuerza de mi debilidad? Escrito por: Cankin Ma |
¿Alguna vez te pasó lo siguiente?:
Hay algunas personas con las que conectas muy rápido, llegas a sentir una sintonía particular con estas. Asimismo, hay otras personas con las que, aunque compartes muchas cosas buenas, no llegas a establecer una conexión que te lleve a una amistad duradera.
Sin entrar en los detalles de la reflexión sobre el carácter y las personalidades, no es difícil ver que algunos se llevan bien con ciertas personas, y otros, con otras. Lo curioso es cómo, muchas veces, es la misma característica la que hace que una persona resulte tan amigable para unos y tan desagradable para otros.
Pensemos en alguien que es muy divertido y relajado con la vida. A algunos les resultará muy agradable pasar tiempo con él. Para otros, generará impaciencia el no sentir suficiente compromiso con las cosas. O también, alguien muy considerado, que para algunos es casi la encarnación de la bondad, para otros termina siendo alguien molesto y quizás demasiado insistente.
Mirarnos con calma
Toda esta introducción es para presentar una imagen que tal vez ilumine nuestra reflexión. A menudo, nuestras mayores fortalezas son como que el otro lado de la moneda de nuestros mayores defectos.
Una primera respuesta a cómo sacar fuerzas de mi debilidad es en realidad una invitación a mirarnos con calma y darnos cuenta de que algunas cosas, que parecen malas, a veces lo son, pero a veces no.
Vamos ahora a un nivel más profundo. Sabemos por fe que en nuestra condición hay algo peor que simples defectos. El lenguaje clásico diría que nuestra naturaleza ha sido herida. O, más sencillo: somos pecadores.
¿Cómo sacar algo bueno de esta naturaleza herida por el pecado?
El Catecismo de la Iglesia Católica (n. 1426) enseña que la gracia recibida a través de los sacramentos “no suprimió la fragilidad y la debilidad de la naturaleza humana, ni la inclinación al pecado que la tradición llama concupiscencia, y que permanece en los bautizados a fin de que sirva de prueba en ellos en el combate de la vida cristiana ayudados por la gracia de Dios”.
Llevamos en nosotros la herida del pecado y sus consecuencias, no solo defectos o errores, digamos. Tales realidades son las que nos inclinan al mal. Y todo esto nos acompaña como una prueba que, aunque parezca irónico, nos permite madurar en la acogida de la gracia.
Un poco más adelante el Catecismo (n. 1508) explica que incluso “san Pablo aprende del Señor que ‘mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza’ (2Co 12,9)”. El mal fue vencido por Cristo. Pero Él no realizó un proceso automático, digamos, por el cual todo el mal desapareciese. Somos invitados a abrirnos a la gracia, porque de forma misteriosa “los sufrimientos que tengo que padecer, tienen como sentido lo siguiente: ‘Completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia’ (Col 1,24)”.
He aquí la segunda respuesta: abrir mi naturaleza caída (herida por el pecado) a la amorosa acción de la gracia. Ella manifestará en nosotros la grandeza del amor de Dios y nos hará partícipes de su obra salvadora.