A vino nuevo odres nuevos. Una reflexión a partir del inicio de mi diaconado Escrito por: P. Carlos Zamalloa |
Hace poco fui a visitar una viña y parte del tour implicaba un paso por las bodegas donde se almacenan los vinos. En ellas el guía explicaba el proceso del vino en esa etapa de envasado y habló de la importancia de conservar los vinos en envases bien dispuestos para que no perdieran sus propiedades mientras iban madurando. Esta explicación me recordó al Evangelio donde el Señor dice “a vino nuevos odres nuevos” haciendo alusión a la conversión y renovación del corazón en el ser humano con la llegada del anuncio del Reino.
Por gracia de Dios, recientemente he vivido un proceso de conversión y renovación en mi vida que ha tenido como hito la ordenación diaconal y me gustaría compartir con ustedes 5 momentos esenciales, algunos de ellos acontecidos en la ceremonia de ordenación, y que hablan de la frescura que ese vino nuevo ha traído a mi vida.
1. Revestir el nombre de Cristo
Es tradición en la Iglesia el empezar a vestir con cleriman (camisa con cuello sacerdotal) a partir de que uno es ordenado diácono en tránsito (en camino al sacerdocio). Parafraseando a San Cipriano de Cartago uno “reviste el nombre de Cristo”. Cuando empecé a usar esta vestimenta percibí un cambio de inmediato pues tomé conciencia de hacer visible –y de manera explicita– mi opción por Cristo, lo cual es una responsabilidad muy grande y al mismo tiempo es una ocasión apostólica inmensa.
La primera vez que salí a la calle tuve dos experiencias que las he tomado como una lección de lo que será mi futuro ministerio. Por un lado, mucha gente me saludaba con respeto, algunos hasta con alegría y cariño y en un caso una persona me pidió la bendición para su nieto. Por otro lado, recibí dos actos de desprecio explícito y agresivo de parte de unos jóvenes. Veo en estos tempranos detalles un signo del alcance profético de mi diaconado y que me invitan a adherirme a las palabras del Señor que dice a sus apóstoles cuando los envía en misión «Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan, y digan todo género de mal contra vosotros falsamente, por causa de mí. Regocijaos y alegraos, porque vuestra recompensa en los cielos es grande, porque así persiguieron a los profetas que fueron antes que vosotros».
2. La postración: “Adelantándose un poco, se postró en tierra y oraba” (Mc 14,35)
Dos días antes de la ordenación me fui a confesar y el sacerdote me dijo «recuerda que cuando estés postrado estás entregando por entero tu vida al Señor». Efectivamente, hay un momento en el rito de ordenación del diaconado en el que uno se postra de cuerpo completo y boca abajo en el piso frente al altar. En ese momento recordé las palabras del sacerdote y se me vino a la mente la imagen de Getsemaní, con Jesús postrado adhiriendo su voluntad a la voluntad del Padre. La postración es un signo que expresa abandono y sumisión pero al mismo tiempo es el sincero deseo de ponerse en manos de Dios y dejar que Él conduzca nuestra vida como el buen pastor.
3. La imposición de manos: “y después de orar, pusieron sus manos sobre ellos” (Hch 6,6)
Es el momento culmen del rito donde el Obispo repite el signo con el que los apóstoles transmitían el Espíritu Santo a sus colaboradores y los enviaban en misión. Por lo tanto, este signo conserva una tradición de dos mil años y es el momento donde el candidato recibe la gracia santificante que confiere el sacramento y le imprime el carácter del orden sagrado. Conocer esa realidad y experimentarla es un hecho difícil de describir pero sé con certeza que en ese momento se transformó mi vida para siempre y Jesús me configuró con Él para servicio de su Iglesia por medio del ministerio.
4. Levantar el cáliz de la salvación: “esto es mi sangre del nuevo pacto, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados” (Mt 26,28)
Días previos a la ceremonia tuve un diálogo fraterno con el Obispo que iba a presidir la ordenación. Él me compartía la importancia del cambio que sucedería en mi vida y me dijo «a partir de ahora estás llamado a levantar el cáliz de la salvación». Una de las funciones del diaconado es elevar, junto con el sacerdote, las especies de pan y vino ya consagradas, transformadas en el cuerpo y sangre de Cristo; al diácono le corresponde elevar el cáliz. Lo más impactante de este momento es tomar conciencia que lo que se está elevando como ofrenda agradable al Padre es la misma sangre de Cristo, derramada por nosotros para nuestra salvación.
5. La bendición: “y alzando sus manos los bendijo” (Lc 24,50)
Por último les comparto la experiencia de bendecir. Parte del servicio del diaconado es bendecir, acto que se realiza en virtud de la gracia recibida en el sacramento del orden. Bendecir es un acto que puede ser celebrado de manera ordinaria o solemne y que invoca la presencia de Dios, el cual transmite su gracia por intermedio de las manos del ministro. Al recibir esta facultad, el diácono puede celebrar los sacramentos del bautismo y matrimonio, entre otras más funciones.
Ser consciente que al extender las manos y hacer la señal de la cruz estoy siendo un instrumento de la gracia para otras personas es una experiencia que me hace sentir muy pequeño, con un tesoro inmerecido que, como dice San Pablo, “llevamos en vasijas de barro”.
Éstas son algunas breves reflexiones de muchas más que podría compartir y mediante las cuales quiero expresar la inmensa alegría de haber recibido el diaconado. Es un don para el servicio del Pueblo de Dios, el cual sólo se sostiene con la oración de la Iglesia, por eso les pido elevar una oración por todos los que ejercemos este ministerio para que seamos fieles administradores de la multiforme gracia de Dios.