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¿Por qué nos cuesta tanto aceptar el sufrimiento? Claves para afrontarlo desde la fe
Escrito por: Pablo Perazzo

Tomado de Catholic-Link.

¡Ojo con la pregunta! No es ¿por qué si Dios es bueno y nos ama, permite el sufrimiento en nuestras vidas?, ¿por qué si Dios sabía que el hombre pecaría, creó las cosas de esta manera?

Tampoco es ¿por qué me toca a mí este sufrimiento determinado?, ¿por qué debo cargar tantas cruces? o, ¿por qué para seguirlo a Jesucristo, debemos aceptar el sufrimiento?

Quiero pedirles que retrocedamos un paso, y antes de querer encontrar un culpable de nuestras cruces y descubrir el «por qué» de nuestro sufrimiento, nos preguntemos ¿por qué nos cuesta tanto sufrir?

¿Por qué nos cuesta aceptar y vivir nuestros sufrimientos?

La diferencia de esta pregunta con las anteriores puede que parezca muy sutil, pero estoy seguro que vamos a poder entender mucho mejor por qué las cruces y sufrimientos de la vida son algo que nos cuesta tanto digerir.

Nadie quiere experimentar el sufrimiento

Sufrimiento. Claves para aceptarlo desde la fe. Pablo Perazzo

Vamos a empezar mencionando razones por las que se nos hace tan difícil aceptar cualquier tipo de sufrimiento en nuestras vidas.

Recuerden que no estamos viendo ahora, por qué Dios lo permite, ni tampoco por qué me toco a mí, etc. La pregunta es clara: ¿por qué nos cuesta sufrir?

Lo primero y más sencillo es que no fuimos creados por Dios para sufrir. No estaba en su plan original que nosotros sufriéramos o incluso, muriésemos.

Sabemos por el Génesis, que cuando Dios creó el Universo y le dio al hombre poder sobre la Creación, no existía el mal, todo era bueno.

El hombre y la mujer vivían en armonía entre sí y por supuesto, con una relación de amistad con Dios. Era el Paraíso.

El mal, el sufrimiento y la muerte entran en la historia de la humanidad, desde el momento que nuestros primeros padres decidieron pecar, desconfiando del amor de Dios.

Prefiriendo seguir, vilmente engañados, las sugestiones de la serpiente. En pocas palabras, no «venimos de fábrica» para sufrir. No está en nuestro ADN original la —digamos— naturalidad con el sufrimiento.

De aquí, podemos deducir un segundo elemento, una segunda razón por la que se nos hace tan difícil aceptar las cruces y sufrimientos.

Precisamente, porque es algo ajeno a nuestra naturaleza creada por Dios. No tiene ningún punto de encuentro con lo que somos. Rechazamos el dolor, puesto que estamos creados para la alegría, la felicidad.

Junto con este rechazo, va de la mano el que no sepamos, de modo —digámoslo— «natural», sufrir. Como decíamos, no hemos sido pensados por Dios para sufrir, por lo tanto, no tenemos un «chip» integrado que nos enseñe a afrontarlo.

Creo —por los años recorridos que tengo— que cada uno aprende a sufrir sus propias cruces. Así como aprendemos a amar, debemos aprender a sufrir.

Pero, infelizmente, es tan doloroso, que vivimos huyendo o buscando compensaciones, que en vez de brindarnos respuestas, solamente nos enredan más en el dolor y hacen que el sufrimiento sea cada vez más complicado de vivir.

Aunque suene raro lo que voy a decir, no querer sufrir por las razones que sean, solamente nos hacen sufrir cada vez más.

La cultura que vivimos no favorece

Sufrimiento. Claves para aceptarlo desde la fe católica

Vivimos en una cultura que busca siempre lo más cómodo, que le huye al esfuerzo, que quiere siempre todo «para ya».

Que es ajena a la confianza desapegada en las demás personas, puesto que lo normal es buscar siempre el propio interés.

Aunque hayamos sido creados para el amor, sabemos que fruto del pecado, vivimos las concupiscencias, que nos inclinan hacia el egoísmo, la búsqueda de los placeres fáciles de modo individualista.

Hasta pasando, a veces, por encima de los demás, sin importar los daños que podemos traer a la vida del prójimo.

Es un poco duro escucharlo, pero seamos claros, y dejemos de utilizar tantos adjetivos para esconder algo que es cada vez más el «pan de cada día»:

¡Cuesta amar! ¡Cuesta dejarse amar!

Si somos honestos… ¿quién no quiere ser feliz con un amor verdadero? Pero, infelizmente esa experiencia es algo raro. Y son muchos los que creen que ese amor es un cuento de hadas.

Dicho esto, sigamos con algunas razones que nos muestran por qué nos es difícil aceptar el sufrimiento. Es obvio que reconocer nuestro dolor y enseñar nuestras cruces, nos muestra vulnerables ante los demás.

Nos hace ver como personas frágiles, limitadas, contingentes. Nos da miedo, porque nos pueden agredir, hacer daño, maltratar.

Por ello, no se trata de abrir el corazón con cualquiera, sino con personas prudentes y sabias, que tengan esa palabra adecuada que sirve para nuestra sanación.

De la mano de esa dificultad por transparentar nuestras debilidades, está la desconfianza en que podrán lastimarnos, dejarnos de querer por no ser perfectos o no cumplir con las expectativas de un mundo que valora solo la perfección, lo óptimo, lo que funciona.

Efectivamente, estamos en un mundo demasiado utilitarista, pragmático, y una persona que no pueda rendir según las expectativas del éxito material fácilmente es dejado a un costado.

Valdría la pena preguntarnos ¿qué es ese éxito material?, ¿quién lo define?, ¿a qué nos referimos con eso?

No es el tema de ahora, pero dejo la cuestión, puesto que muchas veces nos valoramos con ese tipo de criterios que en realidad, son pura apariencia.

Hablemos de la impaciencia

Finalmente, como último elemento que me parece importante resaltar está la impaciencia.

Por supuesto, que es muy diferente la experiencia ante el sufrimiento por un hueso roto, si lo comparamos con el dolor de un divorcio o el sufrimiento por una persona que padece de una enfermedad terminal, incurable.

El peso y la gravedad de las cruces que cargamos son distintos, y varían de persona a persona. Cada persona es un mundo muy particular, y vive su sufrimiento así de particular como es.

Sin embargo, algo que todos deben aprender a vivir es la paciencia. Paciencia para calcificar el hueso roto. Paciencia para sanar una ruptura conyugal, para asumir y vivir una enfermedad hasta que la persona se muera, etc.

Quise tocar esta actitud, que parece tan básica y elemental, pero tan olvidada y cada vez más difícil de vivir. No solamente porque exige renuncias y sacrificios, sino porque tenemos una mentalidad tecnológica que nos hace creer que todo debe funcionar lo más rápido posible.

Que lo permanente no es valioso, puesto que siempre debemos buscar la novedad, que lo que se demora es porque algo o alguien está interponiendo algún obstáculo sin sentido, y podríamos seguir con la lista.

Por lo tanto, la paciencia, que es básica para la madurez, el crecimiento y conocimiento personal, y en el caso del sufrimiento, aceptar, digerir y, poco a poco, superarlo a través de la resiliencia, es algo que contradice todos esos paradigmas sociales previamente descritos.

¿Qué podemos hacer ante el sufrimiento?

A veces creemos que nuestros problemas son tan grandes y las cruces son tan pesadas, que no hay nada que podamos hacer. Eso es, sin lugar a duda, la más grande mentira.

Una de las tantas caretas de la desesperanza. Una vil herramienta de nuestro enemigo, el Diablo, que solo quiere que vivamos arrastrándonos en esta vida, como si no existiera la alegría y la felicidad.

¡Mentira! Fuimos creados por Dios para ser felices, y aunque efectivamente el pecado nos hizo la vida mucho más difícil, aún podemos participar de la alegría y gloria de la Victoria de Cristo sobre la muerte.

Su amor y su vida, tienen mucho más poder que el dolor y la muerte. El camino que Él nos señala no es fácil, pero es la certeza de una vida llena de sentido.

Es más, la única que da el auténtico sentido a nuestras vidas. Uno podría decir que muchas personas que no siguen a Cristo tienen una vida con sentido.

No les voy a mentir: ¡es cierto! Pero también es cierto que, el sentido que esas personas encontraron en sus vidas es la verdad, lo bueno y lo bello que, de todas maneras, provienen del mismo Señor Jesús.

En otras palabras, todo lo que es verdadero, bueno y bello procede de Dios, y revela algo de Dios. Que uno no lo quiera reconocer, eso ya es otra historia.

Nunca nos olvidemos el pasaje tan significativo de Juan 14, 6: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida», o cuando Pilato, ante Jesús, le pregunta: «¿Qué es la verdad?» (Juan 18, 38), teniéndola delante de sus ojos.

3 actitudes fundamentales para caminar a través del sufrimiento

— La primera actitud es la aceptación: sin la aceptación no podemos hacer nada. Caminar bajo la luz de la verdad. Aceptar con humildad nuestra situación, por más o menos peor que parezca.

Solamente, a partir de la aceptación de la propia condición, podemos plantear una estrategia para esperar que pase, sanar o aprender a vivir con el dolor.

Se trata de una aceptación que debe permear toda nuestra vida. Puesto que no solo reconocer el sufrimiento arregla las cosas, sino aceptar con mucha humildad algunos cambios que sean necesarios.

Sin los cuáles seguiríamos sin poder hacer nada, aunque reconozcamos cuánto nos cuesta esa cruz. Una vez que hayamos dado ese primer paso esencial —o junto con él – viene la segunda actitud:

— La búsqueda de ayuda: hay que reconocer que solos no podemos resolver nuestros problemas. Es más, normalmente, así suele ser.

Los problemas nos superan, independientemente de su tamaño. De alguna manera, siempre tienen un ángulo ciego, que no podemos ver. Por supuesto, cuánto más grave y complicado es el sufrimiento, más necesidad de ayuda tenemos. Humildad, confianza, sinceridad, apertura, etc.

— El tercer paso que me parece necesario es la disciplina: uno podría preguntarse qué tiene que ver la disciplina con el sufrimiento. Tiene muchísimo que ver.

Porque no es suficiente aceptar, cambiar algunas cosas necesarias y confiar en la ayuda de las personas prudentes y oportunas, si no estamos dispuestos a hacer lo que se nos pide, y sabemos que es necesario para sanar.

Para vivir de la mejor forma posible con esa cruz. Una planta que no se riega en determinados momentos, que no se saca o se pone bajo el sol una cantidad de días y no se le pone el abono que necesita para tener más vigor, tarde o temprano, termina muriendo, aunque comience con mucha fuerza y esplendor.

La disciplina es fundamental para la vida de cualquier persona sana, que no tenga ningún tipo de sufrimiento, puesto que de no hacer bien las cosas, entonces puede incurrir en algún problema, y ocasionar alguna situación de dolor.

Cuánto más alguien que ya tiene un problema, debe hacer bien lo que se le dice, para dar los pasos necesarios y remediar lo mejor que pueda su situación.

Aunque no podamos superar el sufrimiento, el amor sigue siendo siempre una posibilidad. He querido terminar con este apartado, puesto que se aplica a todos nosotros. No solamente con relación al sufrimiento.

Creo que en toda nuestra vida podemos ser de los que están sentados en la tribuna, como espectadores de su propia vida, haciéndose las víctimas y convenciéndose falazmente que nada pueden hacer para cambiar.

O podemos ser los que se deciden por tomar las riendas de su vida, ser dueños —por ejemplo— de su sufrimiento, y construir un proyecto de vida.

Que por supuesto, está marcado por ese dolor. Pero, no deja de ser un proyecto de vida, ni tampoco deja de ser un camino en el que se realiza viviendo el amor.

¡Qué importante es esto! Siempre tenemos la posibilidad de vivir el amor. No tengamos miedo de enfrentar nuestras cruces, y lancémonos a la gran aventura de construir una vida fundamentada en el amor.

Que tiene como modelo supremo, precisamente, a un hombre que no le huyó a la cruz, ni tampoco al sufrimiento. Es más, que hizo de la cruz un camino de Salvación. Ha traído la vida y la esperanza a un mundo que no sabía qué hacer con el dolor.

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Pablo Perazzo

Mg. Pablo Perazzo (São Paulo, 1976) es miembro perpetuo del Sodalicio de Vida Cristiana (SCV) y vive en Perú desde el año 1995. Es filósofo y educador de profesión. Tiene estudios de Antropología cristiana, logoterapia, La Ciencia del Bienestar y en Educación familiar personalizada. Actualmente es Asesor de formación, tutoría y familia en el Colegio Parroquial Nuestra Señora de la Reconciliación y profesor invitado del Instituto español Identitas. Es el director del Proyecto Felicitas y redactor de contenidos en Catholic Link. Ha escrito dos libros sobre la felicidad: “Yo también quiero ser feliz” (Columba, 2016) y “Yo también quiero ser feliz en el sufrimiento” (Verbo, 2021).