Alfredo Garland presenta su nuevo libro: “Redescubrir el silencio. Un camino hacia la comunicación”
Desde el lunes 29 de mayo está disponible el nuevo libro: “Redescubrir el silencio. Un camino hacia la comunicación” de nuestro hermano Alfredo Garland, publicado por Ediciones Paulinas Perú. Con el cual podrás profundizar sobre la relevancia del silencio en un mundo lleno de distracciones y cómo fortalecer la escucha y mejorar la calidad de la comunicación.
En la entrevista que te presentamos a continuación, Alfredo revela cómo el silencio va más allá de la simple ausencia de ruido. Nos invita a adentrarnos en nuestro interior, a escuchar atentamente a los demás y abrirnos a la voz de Dios en un mundo que constantemente nos bombardea con distracciones.
En un contexto en el que los avances tecnológicos dominan nuestra atención, Alfredo destaca la urgente necesidad de encontrar momentos de silencio y reflexión en nuestra agitada vida diaria. Además, profundiza en el papel del silencio en la evangelización y la transmisión de la fe en la sociedad actual, resaltando la importancia de aprender a escuchar y comunicar desde la verdad.
No te pierdas esta entrevista que te ayudará a incorporar el silencio en tu vida diaria y fortalecer tus habilidades de comunicación. Obtén tu ejemplar del libro en las librerías Paulinas o adquiérelo en línea aquí para iniciar tu propio camino hacia una comunicación más profunda y significativa.
Conversando con Alfredo
Muchas gracias por darnos este espacio para conocer más sobre tu último libro. Antes de adentrarnos en el contenido, ¿podrías contarnos qué fue lo que te inspiró a escribir “Redescubrir el silencio. Un camino hacia la comunicación” y cómo ves la relevancia de este tema en el contexto actual?
Aludir al silencio era una tarea pendiente. Una necesidad en la reflexión sobre nuestra espiritualidad sodálite. El silencio es una dimensión que trasciende la ausencia de ruido. Constituye una capacidad que abarca todo nuestro ser, aludiendo a toda nuestra humanidad. Ciertamente no puede permanecer en un simple “callar”.
El silencio nos permite recogernos para mirar nuestro interior; para percibir cómo está nuestra vida; para serenarnos; para prestar oídos a los demás; y, particularmente, para escuchar lo que nos dice Dios con su Palabra, alentándonos con su gracia. Esto ciertamente no es “automático”. Hay momentos en que parece que Dios está haciendo silencio. Pero con su “silencio” nos está pidiendo que crezcamos en nuestra fe, que profundicemos en nuestra amistad y confianza hacia Él. Dios es como el padre de la parábola del Hijo Pródigo, que espera pacientemente el retorno de aquel “hijo” al hogar, recibiéndolo gozoso, olvidando sus culpas. Cuando experimentamos estos “silencios de Dios” debemos preguntarnos quien ha puesto distancia en esta amistad, ¿nosotros o Dios? De allí la necesidad de una educación para el silencio, de un trabajo interior.
Frecuentemente escapamos hacia el ruido porque cuando logramos adentrarnos en la quietud, podemos escuchar palabras interiores, pensamientos o memorias que nos perturban o entristecen. Pero también en el silencio podemos descubrir una serie de experiencias gozosas que nos enriquecen. La quietud puede constituirse en un espacio para dialogar e interactuar con la realidad. Por eso la educación para el silencio es tan importante en la oración, en la cual primero buscamos el “en-sí”; cuando, por ejemplo, acudimos al Evangelio en busca de lo que el Señor Jesús nos está diciendo, nos está enseñando. Para pasar al “en-mí”, aquel mensaje que hacemos nuestro. Se trata de un proceso de escucha que, en la medida de lo posible, debe estar alejado de la bulla y de la distracción.
La tecnología está muy presente en nuestras vidas. No es ni buena ni mala. Todo depende de cómo la empleamos: para el bien o para algo nocivo. Si no somos capaces de poner distancia de los dispositivos tecnológicos cuando necesitamos silencio, por ejemplo, de “apagar” un momento el celular para buscar el recogimiento, o para prestar atención al prójimo, tenemos un problema.
Una vez más se trata de educarnos a renunciar a algo que es objetivamente útil, pero tiene sus momentos, como el silencio tiene los suyos. Preocupa la invasión desmedida de la bulla y del dominio que pueden ejercer los medios tecnológicos sobre las personas.
El celular, por ejemplo, es un instrumento invalorable porque ha logrado comunicar a casi todo el mundo. Pero también limita las capacidades de comunicación personal porque puede restringirlas a lo banal. Hallamos pues una contradicción: en una época de grandes posibilidades para la comunicación, para interactuar, las personas suelen encontrarse muy solas. La pregunta es si estamos en capacidad de renunciar durante unos momentos a estos medios para buscar silencio.
En este contexto, Alfredo, quisiéramos conocer ¿cuál es tu visión sobre el papel del silencio en la evangelización y la transmisión de la fe en el mundo actual?
Hace muchos años circulaba una hojita noticiosa que en el encabezado decía que, si San Pablo viviese hoy, sería periodista. Yo diría “comunicador”. Los medios tienen una capacidad prodigiosa para educar, para transmitir la verdad. Pero también para confundir, para esparcir engaños, para impulsar “agendas” interesadas o ideologizadas que se sobreponen a la verdad.
La verdad debe ser el referente. De allí que en mi libro hago un desarrollo de aquella dimensión que el beato Chaminade denominó “silencio de mente”; que ciertamente no se trata de “apagar” el pensamiento, sino de buscar sabiduría a la luz de la verdad.
Desde las épocas casi “pretecnológicas” la Iglesia ha insistido en el valor de los medios para transmitir la fe, de allí la necesidad de “evangelizar” los medios, que hacen parte de la evangelización de la cultura. Asimismo, de compartir la Buena Nueva del Señor Jesús empleando los medios. Pero particularmente preocupa la difusión de un pensamiento relativista que cuestiona la verdad.
Por ejemplo, el Papa Francisco utiliza los medios frecuentemente para insistirnos en enseñanzas como la misericordia y el perdón. El Señor Jesús nos dice que, si encuentras una perla en un campo, no la vas a enterrar para esconderla; tienes que aprovecharla, pero para el bien. El silencio permite que cultivemos el discernimiento para hacer el mayor bien, iluminado por la virtud y los criterios evangélicos. De allí la importancia de la educación en los silencios, un proceso asertivo para moldear nuestra vida según las virtudes que nos muestra el Señor Jesús, como su amor, su caridad, su esperanza y su alegría.
Podemos descubrir cada día, que estamos rodeados de ruido y distracciones constantes. ¿Qué consejos podrías dar a los lectores para incorporar el silencio en su vida diaria y mejorar su capacidad de escucha y comunicación?
Es paradójico, pero podemos retirarnos a la soledad de una montaña y llevar con nosotros la bulla apabullante que nos puede acompañar constantemente, de los pensamientos negativos y angustiosos, o de recuerdos tristes y desesperanzados. Tampoco se trata de vivir en la evasión, porque esos recuerdos afligidos que nos agobian necesitan ser reconciliados. Como me dijo una persona muy sabia, hay que drenar el dolor con la esperanza.
De allí la necesidad de educarse para el silencio, porque es el espacio de diálogo con el Señor de Bondad y con uno mismo, en el cual confrontamos con esperanza nuestra realidad y ponemos de lado las distracciones y evasiones para palpar la nostalgia de la amistad con Dios. Tampoco se trata de un camino rígido, pero necesitamos de una pedagogía espiritual.
En sus “Ejercicios Espirituales”, San Ignacio de Loyola destaca la importancia de los recuerdos, recomendando no quedarse en la remembranza de las experiencias tristes. O, en todo caso, avanzar en la senda de la reconciliación y el perdón. Y más bien detenerse en aquellas memorias que nos colman de alegría, que están asociadas con la misericordia de Dios. El mismo Ignacio nos lo expone: «Asombrado por esa diversidad, comenzó a reflexionar sobre ella: de la experiencia dedujo que algunos pensamientos lo dejaban triste, otros alegre» (Autobiografía, no. 8). Se alegra porque se experimenta perdonado y querido. Debemos tener muy presente el amor que Dios nos muestra, incluso en los momentos difíciles, ante las pruebas y el dolor.
Hace unos tres años con la pandemia del Covid vivimos una experiencia límite cuando nos vimos confinados y angustiados, sin acceso a una cura para este coronavirus mortal. En este confinamiento muchas personas descubrieron sus limitaciones para comunicarse con sus familias, con las personas que tenían a su lado: entre esposos, entre padres e hijos. Muchos se hallaron solos, y tuvieron que confrontar el silencio. Para algunos fue un aprendizaje exigente. De reencontrarse cotidianamente con sus familias. De dar esperanza. De escuchar. De crecer en lo que el Papa Francisco llama: “apostolado de la oreja”. Allí también la tecnología ofreció valiosísimas ayudas, porque permitió la comunicación con los seres queridos, con los amigos. Pero también sirvió de evasión banal. Para mí fue un aliento para continuar aprendiendo sobre el silencio; aplicándolo e integrándolo en la vida cotidiana.
Volviendo a la pregunta, se trata de vivir un equilibrio, una armonía que nos permita recurrir al silencio, pero también al diálogo. Un autor espiritual se lamentaba de hallar iglesias cerradas durante el día. Porque son lugares de silencio y de quietud, donde uno recurre a recogerse y encontrarse con el Señor, en alguna esquinita tranquila del templo. Pero podemos hallar estos lugares en otros espacios. Hay que buscarlos. Están las visitas al Señor Jesús en el Santísimo. Está la oración del Rosario que es un encuentro con María, Nuestra Madre. Una muy buena manera de hacer un alto y meditar.
En el libro destacas que el silencio está relacionado con el avance de las virtudes. ¿Podrías explicar cómo el silencio puede ayudarnos a cultivar y fortalecer nuestras virtudes personales?
El silencio es una materia fundamental de nuestra espiritualidad, porque constituye un paso preparatorio para nuestro crecimiento en las virtudes, especialmente a las que aludimos como de “preparación”.
Por “virtudes” nos referimos a la disposición habitual y firme de hacer el bien que se adquiere por la práctica y la repetición de actos buenos. Ellas nos preparan y ayudan para conformarnos con Cristo Jesús, Hijo de María. Este camino necesita de una apertura a la gracia de Dios, a su ayuda amorosa. En este retorno a las fuentes me parecía fundamental enlazar el silencio con la escucha y la comunicación. Parece algo muy obvio, pero era necesario objetivarlo; traerlo nuevamente a nuestra atención.
Estamos en un mundo que, como dice el Papa Francisco, se cae a pedazos, que necesita urgentemente del silencio, porque le falta la escucha y el diálogo, pero desde la verdad. A nuestro alrededor vemos violencias y rupturas que creíamos que pertenecían al pasado. Yo creo que la mayor ruptura ocurre cuando apartamos a Dios, fuente del amor y la misericordia, de nuestras vidas. ¿Cómo ayudar, cómo responder? Jesucristo nos señala la senda de comunión y participación. Nos recuerda que el mayor mandamiento es el amor. La mejor ayuda es la propia santidad, que, a pesar de nuestras faltas e imperfecciones, el Señor nos pide que alcancemos aquella meta.
El silencio constituye una senda que nos prepara para la vida interior y la conformación con el Señor Jesús. Asumiendo estas enseñanzas, presento algunos medios para madurar en la palabra, en las expresiones corporales, en los criterios intelectuales, en la imaginación, en la memoria, en las pasiones y en los sentimientos.
Aprovechamos este espacio para conocer más sobre el Señor Jesús y Santa María, como paradigmas del reverente empleo del silencio y la palabra. ¿Podrías compartir con nosotros cómo ellos utilizaron el silencio para comunicarse de manera efectiva y transmitir su mensaje de amor y esperanza?
El Señor Jesús y María, Nuestra Madre, son los principales paradigmas del silencio y la escucha. Jesús es el gran pedagogo del silencio. Él es la Buena Nueva, la Palabra hecha carne para compartirnos el don de la salvación. Dios tiene hacia nosotros una actitud pedagógica. A partir de su amor infinito envía a su Hijo como modelo a ser imitado para recuperar al mundo y la humanidad quebrada. Como Salvador, nos colma de esperanza.
Así pues, al constituirse en discípulos, los cristianos deben, en primer lugar, contemplar la vida y el accionar de Jesucristo, conformándose con su ejemplo paradigmático. Luego, necesitan prestar oídos a sus palabras, para ponerlas por obra. En el misterio de la Encarnación, el Hijo se manifiesta explícitamente como el modelo de conformación entre Dios y el ser humano. Jesús es el gran pedagogo que nos educa con el testimonio de su vida, con su Evangelio. Busca conducirnos a la comunión con el Padre amoroso, el Dios misericordioso. El Señor Jesús nos muestra su incesante amor por su Padre y por nosotros. El Evangelio presenta a Jesucristo acudiendo a las montañas y a las soledades para recogerse y orar al Padre. Antes de la Pasión se retira a la soledad del Huerto de los Olivos a rezar incesantemente, asumiendo su sacrificio para nuestra salvación. Pero, tras los momentos de recogimiento y de silencio, sale a nuestro encuentro, dispuesto a auxiliarnos, a escucharnos, y nos dice “Bienaventurados”, pero nos pide un cambio de vida, una metanoia, donde abandonemos el pecado. Nos promete una gran felicidad centrada en el amor. Nos hace “hijos” del Padre de Bondad.
María, la Madre del Señor Jesús, es también un paradigma de silencio, que dista de ser remoto y pasivo. Su manera de prestar atención a Dios es un ejemplo de cómo el silencio ayuda a que escuchemos lo importante. Su sosiego es decisivo para acoger lo esencial. En este caso, desde su atención a la Palabra, María se vuelve cooperadora sublime del plan de Dios para la salvación de las personas. Participa de forma generosa, entregada y humilde en la misión salvífica de su Hijo, Jesucristo. Ella aparece como una brisa serena en un mundo que anhela paz y quietud. María vive el silencio, forjándolo a cada paso, bebiendo del misterio de la Maternidad que irrumpe en su vida, para ser acogido con fe y amor.
Tanto en el silencio como en la palabra, Jesucristo y María nos están diciendo firmemente: “¡Sean apóstoles de la Buena Nueva!” Yo creo que el silencio y la palabra son medios para alcanzar esta meta.