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Mons. Eguren: «Dios nos ha bendecido con un carisma orientado para el bien de toda la Iglesia»

A continuación compartimos la homilía pronunciada por nuestro hermano sodálite Mons. José Antonio Eguren, SCV. Arzobispo Metropolitano de Piura, con ocasión del 51º aniversario del Sodalicio de Vida Cristiana el 8 de diciembre del 2022 en la Parroquia Nuestra Señora de la Reconciliación (Lima, Perú):

LA INMACULADA CONCEPCIÓN
«Alégrate, llena de gracia»

Hoy celebramos la gran fiesta de la Inmaculada Concepción de Santa María Virgen. La contemplación de este misterio no nos distrae de la espiritualidad del  tiempo de Adviento, centrada en la espera del Salvador, sino que la hace más atenta, pues María es la aurora que anuncia la Luz, o “la bella y purísima Luna que recoge los rayos del Sol de Justicia, se nutre de ellos y los refleja de la mejor manera posible”, anunciando así que pronto “nos visitará el Sol que nace de lo Alto para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz” (Lc 1, 78-79), es decir para conducir nuestras vidas por la senda de la reconciliación.

La riqueza de los textos escriturísticos de la Solemnidad de hoy, nos sugiere de manera inmediata el tema de esta fiesta. La primera lectura tomada del libro del Génesis (ver Gn 3, 9-15.20), nos narra la situación de desnudez y de destierro, de ruptura y de desemejanza en la que quedaron Adán y Eva como consecuencia de su pecado de desobediencia y rechazo al Plan de Dios-Amor.

A la serpiente infernal, causante de la caída de nuestros primeros padres, Dios le dice: “Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar” (Gen 3, 15).

La promesa de la destrucción de la serpiente significa para nosotros la liberación definitiva del pecado y de todas sus consecuencias, sobre todo de la muerte, entiéndase no sólo de la natural, sino fundamentalmente de la muerte eterna.

La promesa de la destrucción de la serpiente, significa tener la posibilidad de una humanidad redimida, libre, y plenamente reconciliada. Éste, es el primer anuncio de la salvación, por eso este pasaje del Génesis, es designado con justicia como el proto-evangelio, o primer anuncio del futuro Salvador. Allí se nos anuncia a una “Mujer”, cuya descendencia es decir su Hijo, vencerá a la serpiente infernal. Además, se nos dice que entre la “Mujer” y la serpiente hay una enemistad irreconciliable. Por lo tanto, esa “Mujer”, a diferencia de Eva, nunca entrará en tratos o arreglos con el demonio, nunca será engañada por él, y más aún, nunca estará bajo su dominio. Será por tanto inmune a todo pecado. Ella será la única concebida sin pecado, la única inmaculada y llena de gracia desde su concepción.

El pasaje del proto-evangelio debió haber dejado perplejos a los sabios de Israel, quienes se harían hasta llegada la plenitud de los tiempos (ver Gal 4, 4-5), una gran pregunta: ¿Quién será la “Mujer”? Los siglos pasaban y ninguna de las grandes mujeres con las que Dios bendecía al pueblo de las promesas colmaba la expectativa, llenaba la descripción. A lo más cada una de ellas señalaba una característica de la “Mujer”, haciendo que la expectación creciera.

Se habrían dicho: La “Mujer” prometida por Dios en el Génesis, será sin dudas bendecida con una maternidad mayor a la de Sara (ver Gn 17, 15); tendrá una capacidad de intercesión mayor a la de Abigail (ver 1 Sam 32-35) y a la de Ester (ver Est 5, 1-9, 19); poseerá una hermosura infinitamente superior a la de Raquel (ver Gen 29, 15-20). La “Mujer” prometida por Dios en el Génesis tendrá un valor superior al de Judit (ver Jdt 13, 18-20), porque el enemigo a enfrentar y derrotar es más terrible que Holofernes y todo su ejército , ya que es nada menos que el seductor, el tentador, Satanás, la serpiente antigua. Se habrían dicho, además: La “Mujer” prometida por Dios en el Génesis tendrá una sabiduría más grande que la de Débora, jueza de Israel (ver Jue 4, 4), y poseerá una heroicidad infinitamente mayor a la de la madre de los Macabeos (ver 2 Mac 7, 1-41), puesto que será la Madre del Siervo Sufriente de Yahvé (ver Is 42, 1-9; 49, 1-6;1 50, 4-11; 52,13 – 53, 12). Más aún, se habrían dicho, la “Mujer” prometida reunirá en sí misma todas estas características en grado eminente y muchas otras más.

La respuesta a la pregunta, ¿y quién será la “Mujer”?, no se haya por tanto en el Antiguo Testamento sino en el Nuevo. Es en el Evangelio de la Anunciación-Encarnación (ver Lc 1, 26-38), que acabamos de escuchar, donde tenemos la certeza por fin de estar frente a la “Mujer”. Como canta una hermosa canción: “María es, esa mujer, que desde siempre el Señor se preparó, para nacer como una flor, en el jardín que a Dios enamoró”.

Sí, Santa María es la “Mujer”: “Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María” (Lc 1, 26-27).

María, es la “Mujer” anunciada desde antiguo. Esta certeza se confirma si nos detenemos a considerar el saludo que el ángel le dirige: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1, 28). En el saludo angélico no se puede dejar de descubrir la huella de su Inmaculada Concepción. María es la “Mujer”, y su descendencia es en primer lugar su Hijo, que es el Hijo de Dios, el Señor Jesús: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios” (Lc 1, 35). Pero su descendencia también la conformarán todos los renacidos a la vida de la gracia y que como Ella quieran responder al Plan de Dios en sus vidas y al horizonte de la misión que se les confía. Por tanto, la descendencia de la “Mujer” llamada a aplastar la cabeza de la serpiente infernal la conformará el Señor Jesús y nosotros, que somos también hijos de su gran fe.

El milagro de la Inmaculada Concepción de María, que hoy con gozo celebramos, es una verdad encerrada en el depósito sagrado de la Palabra de Dios, es decir en la Tradición y la Escritura de la Iglesia. Una verdad que desde el inicio y a través de los siglos se fue abriendo camino hasta el momento en que estuvo madura para que la creencia en esta verdad fuera pública y debidamente definida como artículo de fe de la Santa Iglesia.

Al hacerlo el 8 de diciembre de 1854, en la Bula Ineffabilis Deus, el Beato Papa Pío IX destacaba que ello queda definido como “revelado por Dios”. Describe aquel gran Sumo Pontífice, que María Inmaculada fue colmada de gracias “en tal grado… (que) toda hermosa y perfecta, poseyera tal plenitud de inocencia y santidad, que no se pueda comprender una mayor después de Dios, ni cabe pensar en conseguirla aparte de Dios”.

Ciertamente nos maravilla lo que Dios hizo en María, al concederle venir al mundo purísima, llena de gracia, como fruto anticipado de la redención que nos habría de obtener el Señor Jesús, en previsión a su maternidad divina. Pero también nos llena de admiración la respuesta de la Virgen de Nazaret al don recibido. Nos asombra ver la manera como Ella sale al encuentro de la iniciativa de Dios-Amor; cómo coopera desde su libertad poseída con el designio divino. Nos conmueve su entrega generosa y su disponibilidad absoluta con el Plan de Salvación.

Su Fiat, su Hágase, lleno de fe y de una obediencia traspasada de amor, es su respuesta al don de su Inmaculada Concepción: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38). Y todo ello nos cuestiona y nos compromete, ya que los innumerables dones que hemos recibido del Altísimo desde nuestro bautismo exigen de nosotros una respuesta lo más semejante posible a la de María, exigen de nosotros santidad y fidelidad de vida, acogida y anuncio valiente del Evangelio, es decir de Jesucristo, el Hijo de Dios y de María, el Salvador del mundo.

La Solemnidad de la Inmaculada nos renueva en la esperanza, de que el pecado, la enfermedad, el mal, el sufrimiento, y la muerte no tienen la última palabra. La última palabra la tiene Dios-Amor. Por eso esta fiesta de Santa María, donde vemos resplandecer a nuestra Madre Santísima sin mancha alguna de pecado, sin que el mal la haya contaminado de manera alguna, debe conducirnos a ser hombres de esperanza y no de desesperación, hombres de la vida y no de la muerte, a ser personas de que aun en medio de las pruebas cotidianas no pierdan la alegría. Firmemente fundados en la fe y la esperanza, sabemos que la última palabra la tiene el amor misericordioso del Padre, que en Cristo ha vencido al mal. La hermosa solemnidad mariana de hoy nos renueva en la esperanza y en la alegría de vivir.

Con esta celebración del 8 de diciembre, concluyen las actividades programadas por los primeros cincuenta años de fundación del Sodalitium Christianae Vitae. Por ello, para terminar, quiero referirme a lo ocurrido y vivido en estos últimos años. Diversos acontecimientos y sucesos nos han hecho ver errores y pecados cometidos en el pasado, los cuales han mancillado el Plan de Dios en nuestras vidas. Son realidades de las cuales deberemos ser siempre muy conscientes y por las cuales no cansarnos de pedir perdón y de reparar lo que en justicia haya que reparar. Considero que, en esta línea, la Comunidad Sodálite viene trabajando incansablemente en los últimos años, bajo las orientaciones de la Santa Sede.

Ahora bien, una manera fundamental de expresar este arrepentimiento y reparación, es renovar, ante el Señor Jesús, nuestro compromiso de cumplir con lo que Dios nos pide, y de ser fieles a la vocación a la cual hemos sido convocados bajo la guía de Santa María, y qué mejor que hacerlo hoy 8 de diciembre, Solemnidad de la Inmaculada Concepción.

Llevamos el tesoro de nuestra vocación en recipientes de barro (ver 2 Cor 4, 7), qué duda cabe de ello, pero no podemos negar que Dios nos ha bendecido con una rica espiritualidad y un carisma orientados no sólo para nuestro bien, sino para el de toda la Santa Iglesia y el mundo. Tenemos una manera particular y específica de vivir la vida cristiana. A lo largo de estos 50 años, son muchísimas las personas que se han alimentado e identificado en su vida cristiana con nuestros acentos espirituales, los cuales son expresión de nuestro carisma.

Entre estos acentos destacan: La vida de intensa oración; la participación en la Eucaristía, tanto en su reverente y bella celebración, como en su dimensión de misterio a adorar y visitar por la presencia real del Señor Jesús en la Hostia Santa y en el Sagrario; el recurso frecuente al sacramento de la Reconciliación; la vivencia de la piedad filial mariana, por medio de la cual nos ponemos bajo la maternal protección, auxilio y guía de la Inmaculada Virgen María, para que Ella nos obtenga la gracia de vivir siempre adheridos al Señor Jesús; la vida comunitaria, como un medio excelente para vivir la vida cristiana y dar testimonio que el Evangelio es el único horizonte de vida plena; nuestro hondo sentido de pertenencia a la Iglesia; la fidelidad al Papa y a los Obispos, sucesores de los Apóstoles; la formación permanente, como una necesaria actualización personal en armonía con las exigencias de la propia realización y del servicio a la misión de la Iglesia y de la Comunidad; el apostolado o dinamismo evangelizador que busca llevar la Buena Nueva de Cristo a todos los seres humanos de maneras muy creativas y dinámicas, porque Jesús es el hombre nuevo y perfecto, el Camino a recorrer, la Verdad a ensayar y la Vida a vivir, sirviendo así a la misión de la Iglesia la cual existe para evangelizar. Nunca hay que olvidar que somos una comunidad y una familia espiritual eminentemente apostólica. Y finalmente, la solidaridad con los hermanos más débiles: El pobre, el que sufre, el enfermo y el marginado. Son muchas más las cosas que podrían decirse sobre la bendiciones de nuestra espiritualidad y carisma, pero debemos ir concluyendo estas palabras. Solo les pido que no nos dejemos robar la esperanza ni la alegría de vivir. La Madre nos acompaña en nuestro peregrinar, nos orienta en medio de las esperanzas y desafíos, y nos consuela y alienta en nuestras pruebas y sufrimientos.

A la vez que les agradezco de corazón esta invitación a presidir esta celebración, aprovecho la ocasión para saludar con afecto al Superior General del Sodalitium y a su Consejo Superior. Asimismo, mi saludo fraterno al Vicario General, al Superior Regional del Perú, a las autoridades sodálites hoy presentes y a todos los miembros del Sodalicio, deseándoles de todo corazón: “Ad multos annos, queridos hermanos, y siempre, Maria Duce”.

Lima, 08 de diciembre de 2022

Homilía con ocasión del
LI Aniversario del Sodalitium Christianae Vitae
Parroquia Nuestra Señora de la Reconciliación

Solemnidad de la Inmaculada Concepción
de la Bienaventurada Virgen María

JOSÉ ANTONIO EGUREN ANSELMI, SCV.
Arzobispo Metropolitano de Piura